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domingo, febrero 12, 2006

Como un angelito

Vengo de una tierra donde el sincretismo religioso impulsa la imaginación de una manera descomunal, y permite a los hombres cobijar demasiadas esperanzas. Esto siempre ha sido así y no pretendo cambiarlo ni entenderlo de otra forma. Mas, de todo ello hay algo que siempre me ha gustado, el ebbó (y que me perdonen los entendidos en la materia si hay algún error al escribir la palabra), que es una manera de limpieza del alma y el cuerpo que se logra atrayendo las miradas de los demás, llamando la atención hacia algún objeto o ropa que llevemos puesto o algo similar. Me llevo haciendo "ebbó" desde hace mucho tiempo, y he de decir que me ha funcionado. Alguna vez me he vestido de blanco, casi a la usanza de pricipios de siglo pasado. Otras de colores llamativos, o con anillos muy exagerados, o con un sombrero, en fin, que lo he hecho de mil maneras. Pero hacía mucho tiempo que no me vestía de rojo y verde, y ayer lo hice sin premeditación. Me tomé la mañana para que me repasaran una camisa que había recogido de la tintorería con las mangas sin planchar, y en lo que esperaba entré a una tienda y compré por seis euros un vaquero rojo. Más tarde, al llegar a mi trabajo con la camisa impecable, me probé dicho vaquero y me di cuenta que la camisa que llevaba puesta (no la recién planchada), era de fondo verdoso... ¡Me lo dejo puesto!, me dije. Y recapacité en que me venía muy bien una limpiecita. Sonreí. De ahí en adelante comenzó a centrifugarse mi lavadora personal, y no vean. Una comida abrupta y de discusiones varias, llamada de atención sobre mi vida y mis maneras, reclamos varios sobre un anillo que hacía tiempo no me ponía, mirada confundida y algo atrevida de un vendedor al que le compré una americana fabulosa en la tarde, insultos de una abuela inconforme a la que no le gustó algo que me sentí en la obligación de ofrecerle (y porque ella lo venía a comprar), y como cierre una llamada de mi madre para decirme que un cuadro, el de los abrazos, se había caído y hecho añicos el cristal... ¡Déjalo tal cual!, le exigí más que pedirle. A la noche, cuando llegué a casa, recostado a la pared que le había sostenido, encontré al cuadro de los abrazos, un original muy sugerente de un cartel de cine. La única alarma que me provocó este hecho fue que, de cierta manera, ese cuadro representa un detalle característico en una relación muy particular en mi vida, y por un momento pensé que significaba la ruptura de ese abrazo. Me quedé en una pieza, algo que no podía decir del cristal que tenía ante mis pies, sólo que por suerte, como soy un creyente acomodaticio, deseché la triste idea de perder los "abrazos", léase en realidad el amor, cosa que no me hubiese dejado dormir como lo hice durante toda la noche, como un angelito. (También podría titularlo: Mi día de ayer)

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