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domingo, febrero 12, 2006

Añoranza patética

Mi espalda quedó mirando a las últimas gotas que caían del viejo grifo de la cocina. Tu cuerpo se había esfumado en un alarde de mágica desdicha y prontitud esperada. Mis manos se habían sumado al ritmo inevitable de la tarde, y mis deseos se sumergían poco a poco en unas falsa risa que llegó a inundarlo todo. Yo estaba solamente abrazado a la vida, con unos grados de alcohol revolcándose en mi cuerpo y un desesperante anhelo entre las piernas. Necesitaba decirte que valía la pena, y simplemente me eché a llorar con lágrimas amargas y descontroladas, con lágrimas de niño abandonado y sabio que sabe que llorar le hará bien. Y lloré en tu oído por no poder llorar en tu hombro. Y te miré en el cristal borroso del microondas. Y te abracé en la más que rígida frialdad de mi nevera. Deslumbré al mundo de lo patético que no me ofreció resistencia. Luego no supe si llegué al medio justo de mis recuerdos, en los que te plantaste sonriente a mi lado, me fui a la cama y creo que me dormí.

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