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domingo, febrero 20, 2011

Tu mirada

Me adelanto, siempre al margen de tus abrazos, con la rapidez de las gacelas,
con temor a que desaparezcas.
Me adelanto porque no conozco la razón exacta de las imágenes que se reparten desordenadas en mi camino.
Me adelanto sin pronunciar palabras, aquieto mis dudas, remuevo la paz.
Echo a correr de espaldas porque quiero tropezar con tu mirada.

sábado, febrero 12, 2011

Al doblar la esquina

Me han dicho que justo al doblar la esquina te encontraré. Quedé pensativo durante un buen rato, pues no voy en busca de nada. Simplemente transito, conduzco, vuelo, atravieso “el breve espacio” en que se supone que existimos. De regreso a mis desvelos, cuando sólo faltaban algunos pasos para comenzar a morir de pereza, recordé que en cualquier esquina puede uno encontrar la felicidad y di la vuelta. Insistí en recordar la esquina que me reservaba tan prometido encuentro y caí  en cuenta de que era simplemente: al doblar la esquina. Corrí, volé y a grandes saltos comencé a recorrer la ciudad dibujada en lineales calles repletas de gentes  perdidas.
Sin más, aparecieron por un lado las calles Galiano, Prado, Obispo, 23, Neptuno, que surgían inesperadamente, en continuo desorden, al igual que a mi derecha, por la que desfilaban  Dragones, Oficios, Malecón, L, Compostela, Reina, Campanario… No podía orientar mis pasos, no sabía qué camino exacto tomar. Cuando casi llegaba al mar, en una zona que me era desconocida, encontré la piedra que tanteas veces ha aparecido en mi vida, y me senté a descansar. Fue inevitable reconsiderar por qué las calles de siempre habían dejado de coincidir, por qué se alejaban unas de otras dejándonos como regalo la abrupta realidad de los hombres extraviados.
Me adormecí con los ruidos marinos de aquel anónimo mar, y entre cánticos de caracolas muertas escuché la dulce voz de mi bisabuela Amparo: “Llévame hasta Prado y Malecón, anda mi`jo, que allí aguarda por nosotros la libertad, pero esta vez hazme caminar de prisa que a pesar de mis años quiero volver a ver -desde la muerte- cómo vuelven a coincidir las esquinas en nuestra ciudad.

(A mis amigos de siempre, con el deseo de fundirnos en un gran abrazo en cualquiera de nuestras esquinas)

Barcelona, 12 de febrero de 2011

jueves, febrero 03, 2011

Oxigenado corazón

Y allí estabas tú, con tu corte de pelo más que moderno y oxigenado, con tu piercing en algún sitio de la cara y con tus seguramente ocultos tatuajes, mirándome de aquella rara manera con la que se desvela una atracción inesperada. Con tus enormes cascos llenando de música tus ojos, con tu gran bolsa imitación de Prada y con un tintineo gracioso en tus rodillas. Yo no podía dejar de contemplarte, y entonces tú, en un acto de bondad inesperada sonreíste, y yo, adiviné tu intención de ofrecerme el asiento. Esto bastó para que mis ojos escaparan de los tuyos, para que emprendiese una loca carrera al recuerdo con mis cansadas piernas, a darme cuenta que nunca me oxigené el pelo, ni tatué mi cuerpo, ni usé cascos porque me agobiaban y que los bolsos siempre me habían gustado. De pronto, el silbido del tren avisó mi parada, y de pronto me di cuenta que era nuestra parada. Cada cual en su puerta de salida, cada cual con sus motivos. Salimos casi al unísono, pero tú comenzaste a subir las escaleras a saltos, en un alarde de juvenil desenfado. Yo esperé la corta cola que hacía el resto de los viajantes en la escalera mecánica. ¿Para qué tener prisas?, pensé mientras te veía subir y recordaba que hace ya algunos años también subía a saltos las escalinatas de la universidad. Miré cómo te alejabas sin mirar atrás, sin darte cuenta de que yo no iba a seguirte, y entonces caí en cuenta que aún soy capaz de alargar los pasos y saltar cuando vale la pena, sobre todo si es para seguir encaramado en la vida.

Barcelona, 3 de feb. De 2011