Datos personales

domingo, febrero 12, 2006

Los muros caen simplemente


Cuando José Angel me despertó, hace ya algunos años, con una llamada telefónica para decirme que el muro de Berlín había caído, ese día doce de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve sentí un júbilo de libertades, de enorme ensoñación, de caricia andante, de mirada a lo lejos. Hice correr la noticia entre mis amigos, e incluso hice la excepción de cruzar la calle que me separaba del mercado para ir a buscar el pan, y de paso aprovechar para dejar caer tan sutil comentario. "Todos los muros caen ante la fuerza del hombre", dije. La panadera me miró, y un poco confusa me contestó: ¡Hay Guillermito, amaneciste un poco revuelto hoy!, y se echó a reír. Nos reímos juntos, y al darme la vuelta con una fría y gomosa barra de pan en mi mano, mis ojos encontraron a mi indiscreta amiga Xiomara, con su más de metro ochenta de estatura temeraria, su recortado tupé canoso y su poderosa voz: ¿Ya sabes la noticia?, casi gritó, ¡El muro de berlín se fue al carajo! Todos la miraron, a ella y a mí. ¡Candela Xioma!, le contesté a voces, ven a casa que te invito a un café. Nos refugiamos en mi estudio, en una conspiración clandestina insospechada en mí, y ella quiso brindar por la libertad de los hombres... ¿Con café?, le pregunté. ¡Con lo que sea!, fue su respuesta. Un muro que había separado gentes había caído después de tantos años y temores, de tantos miedos y dependencias, de tantos gritos y gemidos. El hombre siempre puede acabar con lo que lo limita, con lo que lo inconforma, con lo que lo abruma. Sólo es necesario tomar una pica en mano, golpear fuerte, derribar, abolir. Desterrar separaciones, manos imposibles de tocar, imágenes perdidas y distantes. Sólo es necesario decir basta, oprimir un botón y borrar la triste seducción del silencio, el oscuro deseo de transitar por calles abarrotadas de gentes y cuerpos sin ojos ni voz. Puede ser simple hacer desaparecer la primavera que nos dice ven y que luego ni tan siquiera nos ofrece una flor, o su fruto. Mirar atrás, a lo que estamos viviendo y que tenemos al alcance de la mano, al alcance de la respiración, de los sueños. Mirar los trozos del muro propio, que esparcidos a nuestro alrededor, han dejado de contener el ansia, la pasión, la mirada. Oprimir el botón que generará la voraz independencia del deseo sin rostro, de la palabra callada. Partir entre lágrimas el destello falso de una pupila pixelática, de un cuerpo erguido para hacernos caer. Romper como mi amiga Xiomara el grito en plena mañana de noviembre. Romperlo en la noche, en el mediodía, en la abrupta madrugada de silencio. Sin miedos. No hay soledad en la mirada de nuestros ojos. No hay que encerrase en la pesadumbre de las horas, de las manos hartas de hacer. Detrás del muro derribado está la felicidad, lo sabemos. Están los hombres tomados de la mano. Está el querer desesperadamente sereno, sin evasiones. Está la resurrección del simple desvelo del amor, y el camino. Tomar las picas, alzarlas... golpear.

Reflexiones

Llegué de espaldas a la mañana. No habían ruidos ajenos que despertaran la desolación. Los hombres se repartían los despojos futuros como un gran botín de guerra. Yo no estaba apto para decir no, cada cosa tiene su fin, yo no podía detener sus fuertes brazos a base de sinuosos y orgásmicos gemidos. Me eché en el suelo, justo donde clavaron el primer pico de oxidado metal. Ella vino a mi lado, hacía como si no viese mientras miraba pasar su vida, una y otra vez...“No sé por qué se ha hecho desde hace tantos días/ este extraño silencio:/ silencio sin perfiles, sin aristas,/ que me penetra como un agua sorda./ Como marea en vilo por la luna,/ el silencio me cubre lentamente.”Yo había desflorado todas mis ilusiones en aquella casa de altos muros y paredes anchas, de frescos jardines de arreglados setos, de empedrados caminos que llevaban al mar de los mangos...“Y es que el hombre, aunque no lo sepa,/ unido está a su casa poco menos/ que el molusco a su concha./ No se quiebra esta unión sin que algo muera/ en la casa, en el hombre... O en los dos.”“No me han faltado, claro está, días en blanco./ Sí, días sin palabras que decir/ en que hasta el leve roce de una hoja/ pudo sonar mil veces aumentado/ con una resonancia de tambores./ Pero el silencio era distinto entonces: era un silencio con sabor humano.”Se me caían lágrimas resecas de polvo de las cuencas donde un día estuvieron mis ojos, los ojos con que miré el entrar y salir, el abrir de puertas y ventanas, el cabalgar a lomos de mi perro primero...“ Cuando me hicieron, yo veía el mar./ Lo veía naturalmente,/ cerca de mí, como un amigo;/ y nos saludábamos todas/ las mañanas de Dios al salir juntos/ de la noche, que entonces/ era la única que conseguía/ poner entre él y yo su cuerpo alígero,/ palpitante de lunas y rocíos.”“... Es necesario que alguien venga/ a ordenar, a gritar, a cualquier cosa.”Y yo seguía sentado, más bien deshecho, a los pies de las altas columnas... “Que pase una la vida/ guareciendo los sueños de los hombres,/ prestándoles calor, aliento, abrigo;/ que sea una la piedra de fundar/ posteridad, familia,/ y de verla crecer y levantarla,/ y ser al mismo tiempo/ cimiento, pedestal, arca de alianza.../ Y luego no ser más/ que un cascarón vacío que se deja,/ una ropa sin cuerpo, que se cae...”“... y la mujer que vino luego/ poniendo precio a mi cancela;/ a ella le hubiera preguntado/ cuánto valían sus riñones y su lengua.”“No he de caerme, no, que yo soy fuerte./ En vano me embistieron los ciclones/ y me ha roído el tiempo hueso y carne,/ y la humedad me ha abierto úlceras verdes. Con un poco de cal yo me compongo:/ con un poco de cal y de ternura...”“Lo que yo he sido está en el aire,/... La Casa soy la Casa./ Más que piedra y vallado,/ más que sombra y que tierra,/ más que techo y que muro,/ porque soy todo eso, y soy con alma.” “Decir tanto no pueden ni los hombres/ flojos de cuerpo...”“¿Qué quieren esos hombres con sus torsos desnudos/ y sus picas en alto?/ El más joven viene hacia mí.../ Alcanzo a ver sus ojos azules e inocentes...”“¿Qué buitres picotean mi cabeza?/ ¿De qué fiera el colmillo que me calvan?/ ¿Qué pez luna se hunde en mi costado?” “Ahora han sido todos arrasados/ de sus huecos, los huecos donde algunos/ habían echado ya raíces.../ Y digo esto por lo que dolieron/ los últimos tirones...”Despierto mi timidez de infante olvidado por el resto de los jugadores del parque. Me suicido en un murmullo tenue, apagado... Me convierto en alguien que pisotea los céspedes ajenos, me hundo también en sus costados... mientras, aúno fuerzas para arrastrar los muebles, dejando atrás las cicatrices...“He dormido y despierto... O no despierto.../ la angustia sin orillas y la muerte a pedazos./ He dormido y despiértome al revés...” Camino de espaldas a todas las cosas, me alejo. Oigo pronunciar mi nombre en cientos de voces conocidas. Me marcho. No queda nada por hacer desde aquí abajo... “Y es hora de morir.”
Reflexiones sobre un poema publicado en 1958, recién cuando mis ojos se abrieron al mundo de lo ajeno. Dulce María Loynaz, Últimos días de una casa. "No es mi culpa de que al igual que a la vieja luna se me quede siempre una mitad a la sombra que nadie podrá ver desde la tierra" (D.M.L.)

Alerta sobre la palabra

Estar varios días con el ordenador en el taller de reparación ha sido todo un lujo... ¿por qué? Sencillo de explicar: me ha permitido recuperar el placer de las palabras en mis manos y el duro empeño de conquistar la caligrafía exacta para decir cosas. Cuando tecleamos, entiéndase la gran diferencia entre teclear y escribir, las letras aparecen unas tras otras, y se agrupan en su intención de decir algo. Al escribir, cada letra dibujada aporta a la palabra su pequeño sentimiento; así podemos descubrir en las palabras diferentes emociones. Es entonces cuando el trazo se hace firme y decidido, o titubeante y frágil. Es cuando adivinamos el verdadero significado de la palabra recuerdo, del abrazo suspendido en el espacio que no podemos recorrer, o simplemente cuando sin labios, ni ojos, ni voz, nuestra sonrisa es la más sincera. Escribir palabras exactas no es un don, sólo hace falta que nuestras manos den forma a nuestros reales sentimientos. Es intentar escribir sobre un trozo de papel las palabras amigo, te amo, siempre. Esto es lo importante. He aprovechado en estos días para escribir a la persona que amo, y estoy seguro de que podrá leer mi amorosa serenidad y mi necesidad infalible de su vientre, de sus manos y del olor de su cuerpo revuelto entre mis sábanas. Quiero que al leerme deletree mi "incondicionalidad". Además, hay algo que quiero convertir en una revindicación: es necesario recuperar los pequeños cajones de los escritorios para guardar las palabras escritas, los escondrijos reservados para las cartas de los amantes más anónimos. Estos son los verdaderos archivos de la memoria, los que nos hacen palpar y sentir que existimos, y que las palabras tienen dueños. Dejar que nos pertenezcan libremente, en el corazón de las cosas, como han pertenecido a las manos que les dieron origen y forma. Con tachaduras y borrones, con letras erradas, con pasión. Sacar el amor de los acumulables megabytes de la tristeza, y escribir. Escribir con trazo fuerte: te espero. Rasgar la hoja cuando la palabra dolor nos destroce las ilusiones. Partir puntas de olvidados lápices y plumillas cuando la palabra felicidad se dibuje en el papel para siempre. Sé que en breve la rutina, la comodidad y el qué voy a hacer, me llevarán a teclear palabras nuevamente, pero me prometo disfrutar y vivir la palabra escrita con su dolor en los nudillos y mi satisfacción en la mirada. Es una pena que no puedan ustedes leer la forma de estas, mis palabras, que por cierto entregaré manuscritas a la persona que amo. Podrían sentir cómo se hace gigante e inconfundible mi letra cuendo le escribo te quiero.

Pensar en la felicidad

Quiero ser breve por esta vez, para ver si así alguien hace un comentario al respecto de la felicidad, o simplemente a cerca de lo que digamos, espectacular, que es sentirse feliz. Lo de ser breve únicamente lo logro cuando echo mano de la poesía, o de la casi poesía, por lo cual intentaré esgrimir unos versos para un amanecer de aquellos que sabemos que no vamos a olvidar... De la noche, la mano que fustiga las ansias. Del sueño, la respiración que delata los deseos. De mi lecho, su cuerpo blanco y tibio dibujado entre las sombras. De la voz, los gemidos mitigados, y los ausentes. De la caricia, las mordidas en mi pecho. Del desvelo, el contemplar nuestro amasijo de abrazos. Del amanecer, el olor de su aleph entre las piernas. De la vida, el eco de sus ojos en mi mirada.
(Poema convexo sobre la simple felicidad del 14 de diciembre de 2003). Foto de archivo

Añoranza patética

Mi espalda quedó mirando a las últimas gotas que caían del viejo grifo de la cocina. Tu cuerpo se había esfumado en un alarde de mágica desdicha y prontitud esperada. Mis manos se habían sumado al ritmo inevitable de la tarde, y mis deseos se sumergían poco a poco en unas falsa risa que llegó a inundarlo todo. Yo estaba solamente abrazado a la vida, con unos grados de alcohol revolcándose en mi cuerpo y un desesperante anhelo entre las piernas. Necesitaba decirte que valía la pena, y simplemente me eché a llorar con lágrimas amargas y descontroladas, con lágrimas de niño abandonado y sabio que sabe que llorar le hará bien. Y lloré en tu oído por no poder llorar en tu hombro. Y te miré en el cristal borroso del microondas. Y te abracé en la más que rígida frialdad de mi nevera. Deslumbré al mundo de lo patético que no me ofreció resistencia. Luego no supe si llegué al medio justo de mis recuerdos, en los que te plantaste sonriente a mi lado, me fui a la cama y creo que me dormí.

Entre palabras

¿Por qué nos cuesta tanto escuchar la palabra no? Ya sea dicha desde la ignorancia, desde la tristeza, el desvelo, la ternura, la pasión, el odio, la nostalgia, el desdén. Cuando alguien nos dice no... cuando se abren unos labios suplicantes, imperativos, seductores, soberbios, anhelantes, sorprendidos... para decir no, es necesario que rompamos los temores, las dudas, las ganas y escuchemos, y sepamos que cuando alguien necesita decir no, ya sea este un no rotundo o esperanzador, opresor o dicho desde el olvido, es porque en lo más dentro de sí quiere defender sus derechos a la negación. Yo he sido, y a veces aún soy, un no escuchador del no, pero en alguna ocasión, cuando he visto tambalearse lo que quiero tener, he preferido escuchar y en realidad me ha hecho bien. Sólo me gustaría que cuando yo también diga no, se me escuchara con igualdad de posibilidades, a pesar de que yo sea un soberbio rompedor de negaciones. Con eso me conformaría.

Hombre que baila dentro de un cuerpo




Hay un cuerpo extendido sobre el suelo. Maderas húmedas soportan su pelo. Se escuchan suspiros que crujen con el eco de las voces que llegan desde lejos... desde muy lejos... de las voces paridas del desvelo. Un hombre baila en silencio. Sus brazos se adelantan al deseo. Su pelo desespera en su rostro. Tras tras tras.... silencio. Un cuerpo yace en el suelo. El hombre que baila se acerca... lo toca con la punta de sus dedos... un par de notas de acordes desconocidos le inundan, siente miedo. Un coro de mujeres enmudecidas cantan al amanecer en plena noche. Silencio. La oscuridad hace que se acerquen los cuerpos. El hombre baila nuevamente colgado de viejas cuerdas ennegrecidas... se mece en un imaginable trozo de deseo. El cuerpo que yace en el suelo está como olvidado. Tras tras tras... silencio.Dos pasos son suficientes para tocar el cuerpo. Con tres se metería dentro. El hombre que baila entra en el cuerpo, se funde con sus altos zapatos de espuma de mar en su vientre. Teclean guitarras de dolores ajenos, se rasgan los pianos en sinfonías y taconeos. Se adivina un dolor en el pecho. El hombre recorre aquel cuerpo... le baila tan dentro, muy abierto... Tras tras tras... silencio. Hay huellas que descubrir en el suelo. En el camino que viene de lo eterno. El hombre muere de tanto bailarle dentro, de tanto hincar con sus puntas de antiguos zapatos negros. Un hombre baila en el cielo... Tras tras tras... silencio.Ya no quiere oír los gemidos que llegan desde lejos... Su rostro cae entre las manos yertas de otro hombre ajeno... silencio. No hay lágrimas para beber los besos... no hay bocas para macerar el tiempo... Tras tras tras... silencio. El hombre ya no baila dentro del cuerpo. Ahora lo lleva en hombros, lo hace jirones, dolores, cuerpo... le baila tan callado y le canta, le entrega las ataduras de lo viejo, le saca puntadas a su ropa, le hace palidecer, lo acuna, lo pare, lo mata, lo vive... Tras tras tras... silencio. Hay un hombre que yace en el suelo. Sobre su pecho, salpicaduras de deseo, y huellas, muchas huellas.... las huellas de sus besos. El hombre yace en el suelo. El hombre báilale dentro. Tras tras tras... silencio. El hombre que baila se aleja... y deja al otro hombre muerto. Tras tras tras... silencio.

Como las mareas


Vuelve la tranquilidad amorosa a mi cuerpo y se reparte como tus últimas caricias, con la bondad del deseo. Nuevamente amanezco agazapado entre mis sábanas y tu recuerdo, medio desnudo, roto de pasiones y feliz por saberte -quizás- al otro lado de la calle. Nuevamente soy ese hombre que cruza las fronteras ante la posibilidad de encontrarte, y que busca tus ojos reflejados en cualquier cristal callejero y polvoriento. Soy esa falsa virtud del saber esperar el vaivén de las mareas, que entre las espumosas aguas arrastran caracolas vacías, moluscos desechos, ilusiones, coloridos cristales y sueños. Y en tanto que la tranquilidad amorosa vuelve a mi cuerpo, mis manos se desatan, se rompen, se seccionan y marchan en tu busca. Yo sigo anclado en mi vida, con la última imagen de tus pasos, de tu desaparecer en la cercana esquina... con tu olor rondando mis ganas y con tu voz pronunciando mi nombre.

Manos que florecen

Aparece ante mí, como de sorpresa no pensada, tu rostro de suave invierno y mediodía al sol. Tus ojos me miran porque conocen mis pasos y mi caricia, y yo me detengo en tus manos de suave rosa y y turgentes pétalos. Busco espinas en tu tallo, pero este atardecer de finales de año para mí, sólo me habla de amor y de sinceridad, de fugaces desvelos de pasión, y de alguna que otra herida de leve pecho y rostro de luna. Apareces ante mí y mientras miro tus ojos, te abrazo.

Sin título aparente

Hace unos días leí la noticia de un hombre que descubrió la risa del sueño. Es cierto que me resultó absurdo de primera lectura. No logré imaginar a un adulto esbozando una sonrisa mientras los ojos se le cerraban para toda una noche. Me dije entonces que sería mucha la felicidad de las horas quietas y oscuras para que esto sucediese, y me di cuenta que a veces sólo hace falta estar entre los brazos adecuados para sonreír de deseos y para entregarse a la muerte del amor dormido. Esta noticia la protagonizó un hombre sin pelos en el pecho, que toma las riendas de la vida con afán, que grita en las mañanas de desvelo y que ama el amor en los ojos más limpios que existen... Quizás por eso se duerme entre risas y abrazos.

Asimilación de sugerencia

Pues sí, he intentado vender también sensaciones, pero no he tenido el más mínimo éxito. No obstante he dejado al alcance de quien pase y mire un amasijo de sensaciones en naranjas y azules, sólo que no podrá cualquiera recoger lo que en ellas yo digo. Pasa y mira, pasa y lleva contigo todas las sensaciones dejadas al no azar para que tú las lleves en el pecho. Lo sabes. Te sabes el único destino de mis deseos. Sé feliz y ríe, en cualquier sitio en que yo esté podré sentirte... y algo más que sabes pero que nunca antes te había dicho tan en público: te quiero.

Como Dido abandonada

Movernos en nuestro propio cuerpo repleto de exoneraciones y querellas, de miedos y añoranzas, como Dido cabizbaja. Estar al tanto de una llamada de teléfono, de unas palabras que llegarán a través del viento. Reconocer el color del deseo en este enorme arcoiris, y sentirse Dido encontrada: encontrado entre su abrazo y su boca. No sé si mi corazón será capaz de soportar el aviso del interfono a su regreso sin que se rompa el mundo a nuestro alrededor. (Confesión más que necesaria y oportuna, no estoy ni triste, ni olvidado, ni temeroso, simplemente te extraño; además, Dido fue una luchadora incansable a pesar de lo cual no cambió su destino. No obstante, logró el amor, y esto aveces es suficiente).

Tu vida, me ocurre

Salí a la calle lentamente, se me había olvidado que el tiempo a veces transcurre de prisa. Busqué tu rostro entre la gente que sin mirarme pasaba a mi lado. No encontré tus pasos. Supuse que aún era pronto para que estuvieses, y me dejé caer en uno de los bancos que se estiran a lo largo del paseo. Me llené de sensaciones en un sólo instante y entonces supe que mi vida había cambiado, que había dado un vuelco y que estaba sentado muy cerca de tus manos, porque comenzaste a aparecer intermitente e inesperadamente. Toqué mis ojos, rebusqué en mis recuerdos. Abrí los brazos y descubrí tu vida ocurriendo en mi pecho.

A veces el tiempo

Por más que intento mantenerme al margen del paso del tiempo, no deja de sorprenderme la manera tan poco persuasiva que tiene de transcurrir, y confieso que eso me gusta. Me gusta la forma en que nos hace mayores, en que nos regala días inolvidables de felicidad y de espera. El tiempo con su magia nos lleva a conocernos, a descubrir en nosotros los pequeños detalles que nos van acercando, y este acercamiento es el que de pronto nos muestra de una nueva manera. Por eso hoy me siento algo más que amante, más que pareja, más que hombre lujurioso y anhelante, me siento amigo. Y esto me hace echar en falta el mirar a tus ojos y saber que confías en mis manos, en mi voz, en mi amor. A veces el tiempo, mientras transcurre, nos desnuda de modos, modismos y modales... y gracias a esto los abrazos son cada vez más redondos, y tú y yo sabemos por qué lo digo. Para el resto, la explicación es muy sencilla. El abrazo debe ser la expresión más verdadera y cómoda del amor, por eso nunca el abrazo será cuadrado. Su redondez se mantendrá como las lágrimas que se deslizan por nuestras mejillas, como las ruedas del tiempo cuesta arriba, como la voz que se hace redonda cuando pronuncia nuestras palabras. Hoy es día tres.

De tres en tres

Un, dos, tres. Deseos, días, palabras.
Un, dos, tres. Querer, regreso, locura.
Un, dos, tres. Destello, brisa, sonrisa.
Un, dos, tres. Esperanza, intento, sueño.
Un, dos, tres. Boca, manos, vientre.
Un, dos, tres.
Se me vienen encima todas las ideas de tenerte.

La mujer de la limpieza

Desde hace años, puede que doce, coincido de tarde en tarde o de mañana en mañana, con una mujer de la limpieza. La primera vez creo recordar que nos vimos, porque ella también me vio, en el barrio del Raval. Su cuerpo de hombre le delataba sobremanera, a pesar de lucir una encrespada peluca rubio cenizo, exuberantes pendientes y un muy retocado maquillaje. Le vi pasar y él-ella siguió de largo, no sin antes dedicarme una insinuante caída de ojos. Verla, durante una época, fue muy común, y durante ese tiempo pude apreciar cómo sufría transformaciones que le hacían, cada vez más, señora de la limpieza. Imagino que su afán de aceptación laboral le llevó a mejorar su aspecto, lo cual es evidente que ofrece más confianza al contratar a una chica que te haga las labores del hogar o de la escalera. Su atuendo era magnífico, pues en verano llevaba camisetas de tirantes, y cuando comenzaba a enfriar, lucía jerseys de lujosos y antiguos estampados. Con el paso del tiempo realzó sus pechos con unas notables cazoletas que sobresalían ligeramente por los escotes, pero su aspecto era cada vez más el de toda una señora de la limpieza. Resulta que esta mañana, luego de una época sin coincidir, al ir a atravesar la calle en la esquina de mi casa (en la zona de Vía Augusta, y ya verán por qué lo especifico), en la otra acera, frente a mí, destellando con los reflejos de un incipiente sol, descubrí el acaracolado pelo de este hombre mujer en cuyo cuerpo ya no caben más notas de transformación. Su andar firme pero arriesgado me robó la mirada cuando atravesaba la calle. Me miró con su usual y recolocada sonrisa, me dedicó otra caída de ojos y continuó su camino hacia alguna portería vecina, con su carro repleto de olorosos potingues para el hogar, de fregonas y bayetas mágicas. Le vi marchar entre la gente, convencida de haber logrado su propósito en la vida, ser una señora de la limpieza de la zona alta de la ciudad. No importa los años que fueron necesarios para lograrlo, ni los esfuerzos, ni los miedos, ni las frustraciones. Quizás sus miedos eran que le sintieran como un hombre metido en casa ajena revolviendo las alacenas y los desvanes, o que pensaran que no era capaz del mejor de los acabados de un buen y humeante guiso de patatas y huevos. En fin, cada cual tiene sus miedos.Le vi. Sonreí. Es maravilloso apreciar que las gentes se sienten plenas, realizadas. Ya sean ebanistas, loteros, albañiles, ingenieros, médicos u hombres de la nada, quizás lo importante es romper la caja de los miedos, mirarse cara a cara con sus propósitos e ilusiones, dedicarse el mejor de los piropos y decirse: tú puedes, lo sé. Vamos a mirarnos, a vernos, a sentirnos, a descubrirnos, porque nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Y lo digo también por mí, que me deshago de temores ante la posibilidad de descubrir mis palabras a ojos ajenos. Y lo digo por ti que no te fías de tus manos y de la certeza de tus ideas, y que te dejas romper como las olas en la arena. Y lo digo por aquellos que se sientan a esperar que llegue una nueva bandada de pájaros a regalarle su vuelo, o a que las luciérnagas iluminen su camino por tal de no ir en busca de una linterna. Y lo digo por todos los que a veces no nos damos cuenta que hay un amigo tendiéndonos su mano, y diciéndonos vente, súbete a la vida, entre los dos haremos más fácil el camino. Por cierto, estoy pensando que la próxima vez que me encuentre a la señora de la limpieza puede que me acerque a ella-él y le pregunte su nombre, y le hable de todos estos años, y no porque le vaya a ofrecer trabajo, pues no me gusta que nadie revuelva en el suburbio de mis cosas, si no simplemente para decirle que si ese era su objetivo, lo ha logrado. Nada más. Luego seré yo quien siga mi camino, nuestro camino, a la espera de que nosotros también lo consigamos.En Barcelona el sol se ha decidido a salir en este 7 de enero de 2004

Breve comentario sobre etimología aplicada

CENA. Comida que se toma por la noche. Acción individual o resultado del encuentro fortuito o planificado de dos o más personas para degustar variados alimentos (concepto generalizado). Ocasión intencionadamente apropiada para mantener una charla tranquila, para comentar cosas tan absurdas como el estado del tiempo, pero que conlleva la posibilidad del conocimiento, de la razón por la cual exigimos a veces a nuestra memoria que una imagen o hecho se mantenga en nuestro recuerdo.

ENCUENTRO. Acción de coincidir en un punto dos o más cosas, o personas. Trae consigo una categoría que se explica como resultado directo de él, el reencuentro, suscitado o provocado por una de las partes con un previo consentimiento de la otra, y que logra su cota más alta de festividad cuando es deseado por ambas partes. Si la disposición total a que se produzca se sitúa en un desbalance, no será desafortunado manifestar un poco de perseverancia, contando con que el deseo es el sustento de las acciones de la vida.

COINCIDIR. Ocurrir dos o más cosas al mismo tiempo. Concurrir de manera simultánea dos o más personas en un mismo lugar. Término poco explícito en voz de la academia, y que en la vida cobra un significado algo más subyugante. Coincidir es algo más que estar en un mismo sitio en un mismo instante. Coincidir implica la mirada que necesitamos desviar en busca del objeto o persona que nos hace darnos cuenta que ese momento está sucediendo, que no es simple casualidad. No es menos cierto que aquí también concurre un efecto similar al del encuentro. Muchas veces sólo una parte es consciente de la coincidencia, y es entonces cuando debe hacerla notar, pues sólo así sería justa y balanceada. Se incurre en el egoísmo más aguzado cuando se disfruta en solitario de una coincidencia. Ha de compartirse. A diferencia de los encuentros, que suelen ser más numerosos, la coincidencia ha de reservarse para quienes se descubren en sus recuerdos.Breve comentario: Es evidente que esto de la etimología aplicada es algo complicado, pero a mi juicio no deja de tener cierta razón. Es entonces cuando recapacito en la coincidencia sutil de los encuentros, de los encuentros para “cenar”, y en esta maravillosa, entrañable y peligrosa ilusión de coincidir.

Como un angelito

Vengo de una tierra donde el sincretismo religioso impulsa la imaginación de una manera descomunal, y permite a los hombres cobijar demasiadas esperanzas. Esto siempre ha sido así y no pretendo cambiarlo ni entenderlo de otra forma. Mas, de todo ello hay algo que siempre me ha gustado, el ebbó (y que me perdonen los entendidos en la materia si hay algún error al escribir la palabra), que es una manera de limpieza del alma y el cuerpo que se logra atrayendo las miradas de los demás, llamando la atención hacia algún objeto o ropa que llevemos puesto o algo similar. Me llevo haciendo "ebbó" desde hace mucho tiempo, y he de decir que me ha funcionado. Alguna vez me he vestido de blanco, casi a la usanza de pricipios de siglo pasado. Otras de colores llamativos, o con anillos muy exagerados, o con un sombrero, en fin, que lo he hecho de mil maneras. Pero hacía mucho tiempo que no me vestía de rojo y verde, y ayer lo hice sin premeditación. Me tomé la mañana para que me repasaran una camisa que había recogido de la tintorería con las mangas sin planchar, y en lo que esperaba entré a una tienda y compré por seis euros un vaquero rojo. Más tarde, al llegar a mi trabajo con la camisa impecable, me probé dicho vaquero y me di cuenta que la camisa que llevaba puesta (no la recién planchada), era de fondo verdoso... ¡Me lo dejo puesto!, me dije. Y recapacité en que me venía muy bien una limpiecita. Sonreí. De ahí en adelante comenzó a centrifugarse mi lavadora personal, y no vean. Una comida abrupta y de discusiones varias, llamada de atención sobre mi vida y mis maneras, reclamos varios sobre un anillo que hacía tiempo no me ponía, mirada confundida y algo atrevida de un vendedor al que le compré una americana fabulosa en la tarde, insultos de una abuela inconforme a la que no le gustó algo que me sentí en la obligación de ofrecerle (y porque ella lo venía a comprar), y como cierre una llamada de mi madre para decirme que un cuadro, el de los abrazos, se había caído y hecho añicos el cristal... ¡Déjalo tal cual!, le exigí más que pedirle. A la noche, cuando llegué a casa, recostado a la pared que le había sostenido, encontré al cuadro de los abrazos, un original muy sugerente de un cartel de cine. La única alarma que me provocó este hecho fue que, de cierta manera, ese cuadro representa un detalle característico en una relación muy particular en mi vida, y por un momento pensé que significaba la ruptura de ese abrazo. Me quedé en una pieza, algo que no podía decir del cristal que tenía ante mis pies, sólo que por suerte, como soy un creyente acomodaticio, deseché la triste idea de perder los "abrazos", léase en realidad el amor, cosa que no me hubiese dejado dormir como lo hice durante toda la noche, como un angelito. (También podría titularlo: Mi día de ayer)

De nuevo en mi terraza

Hoy me gustaría, como aquella primera vez, desmenuzar tu cuerpo en mi terraza, entre mordiscos y caricias desoladoras. Volver a escuchar la misma canción que me acompañó a devorar tu cuerpo de agridulce sabor a gloria. Volver a sentarme sobre tu cuerpo níveo a contemplar la bondad de tu mirada y el estupor de tu boca ante mi beso. Hoy me gustaría que me convencieras del placer de devorar tus ganas y de la veracidad del camino que recorremos. (Añoranza de noche primaveral, y por supuesto, de ti, a pesar de que habitas la habitación que está al lado de mi pecho).

El nueve gana

¡El nueve gana señores! -se oye al fondo del bar, donde en la mesa redonda de la vida lanzamos los dados en busca del azar. ¡Apuestas señores, apuestas! No hay que temer, el riesgo vale la pena. Este es el juego azaroso del amor, en el que un día lanzamos una tirada y los números dicen si la suerte ha sido nuestra. Jueguen señores, jueguen, aunque a veces los dados no paren de dar saltos y hacer cabriolas, para mantener en vilos al amor. Esto también vale la pena, o quizás el amor sea lo que nos ofrecen los dados: cabriolas, abismos, prontitudes, azar.

Elena, Marlene y una canción


Desde mi adolescencia conozco un bolero en voz de Elena Burke, una cancionera de las de siempre, que se convirtió durante una época de mi vida en la canción que me cantaba mi amiga Marlene Temprano. Era la canción de las lágrimas, del pesar, del dolor... y dice así: Duele, mucho, sentirse tan solo./ Nada, nace en mi alma mas que este sufrir, que es vivir atado al fracaso, que es sentir inútil mis brazos. / Duele, mucho, duele, verte sin regresos, saber que llegó el fin de todo mis excesos, y que es por tu culpa que estoy, hoy, padeciendo mi suerte.../ Duele, mucho, ser como soy./ Duele, mucho... vivir. Con el paso del tiempo, en las épocas tristes, e incluso en las de mayor felicidad, evoco esta canción para sobrevivir a las posibles soledades y al dolor del amor, incluso la evoco para sentir que la felicidad que vivo me nace del pecho, de la tranquilidad, de las ansias, y que ese nacer me duele cada vez más porque cada vez amo más,porque al abrirse paso el amor en mi cuerpo deja maravillosas huellas de uñas y besos... ¡Ay como duele el sentir nacer la felicidad desde tan dentro!, tanto que este placentero dolor de quereres me hace el hombre más feliz. Es rara esta mezcla de sentimientos, estos recuerdos... y más que una referencia a mi vida, quisiera que estas líneas sean una muestra de cariño por esas dos mujeres que me han cantado la canción del más sublime dolor.

Dónde vas caballero gallardo

¿Dónde vas caballero gallardo? Me han preguntado cuando paseaba al borde del acantilado. Al escuchar la pregunta pensé en la posibilidad de caer, o de saltar. Luego miré a mi alrededor y descubrí que no había ni una triste rama de un triste árbol de la cual echar mano. Esperé un par de minutos, en los que mi mirada encontró el horizonte. Sonreí con el recuerdo de tu risa en mis ojos. Me alcé sobre mí y grité... ¡Hacia el mar voy! ¡Hacia el mar!... entonces las olas se alzaron y trajeron tu abrazo repleto de caracolas y conchas marinas. Es bueno ver que el horizonte está para algo, sobre todo, cuando un caballero gallardo se desorienta con el ruido del viento. Gracias.

Humeante café matutino


Se me abre el abrazo cuando comienza la mañana y sé que deambulas por algún lugar de la ciudad, con tu paso efímero y tu mirar inquieto, ausente, con la voz dentro de tus ojos y un sabor anhelante en los labios. Me calzo de paciencias absolutas y reconciliantes agonías. Me escabullo de los ruidos que dejan a mi paso los tintineantes abrelatas de los bares, las palabrerías de porteras obsoletas que despliegan nubes de polvo en las aceras aún heladas por desvelos de amantes desesperados. Me abro boca arriba y miro al cielo que me ciega con un sol de luminarias halógenas, me desboco de adioses y grito cada frase de un discurso escuchado y repetido. Grito ronroneantes plegarias para orientarme hacia tu rumbo. Robo las brújulas a los viajeros de la mar, y te encuentro.

Para nuestra felicidad

Voy a apagar la luz para pensar en ti... como la vida lo quiere y nada más, deja que dios, o que el destino quiera, entonces la vida también lo querrá... tú, tú no sospechas estas furias inmensas que me dominan cada vez que te acercas, y aunque no ha habido intención en ti, de provocar esto que siento, te vas a enterar de una vez, de que ya te quiero... dime qué es lo que te pasa, qué temor tu pecho abraza... contigo aprendí a ver la luz del otro lado de la luna, contigo aprendí que tu presencia no la cambio por ninguna... duele, mucho, duele... y acuérdate de abril, recuerda, la limpia calidez de sus mañanas, no sea que el invierno vuelva y el frío te desgarre el alma... sentirse tan solo, nada nace, en mi vida más que este sufrir... ese que está allí, es el culpable de todas mis angustias... que te importa que te ame si tú no me quieres ya, el amor que ya ha pasado no se puede recobrar, fui la ilusión de tu vida un día lejano ya, hoy represento el pasado no me puedo conformar... la prefiero compartida antes que vaciar mi vida, no es perfecta mas se acerca a lo que yo simplemente soñé... y así podría estar toda mi vida, entrelazando canciones para ti, boleros tristes para nuestra felicidad.

Exilio de las palabras para decir te amo

Palabras innecesarias para amanecer a tu lado, para romper nuestros cuerpos en destellos de soles nacientes. Palabras rotas en gritos de felicidad, en laceración de deseos y goces. Te miro, y sé que amanecer está en tus manos.

Para una ángel desesperada de amor y muerte


Nunca he llegado a saber el momento en que florecen los abedules. Quise preguntártelo aquella última tarde noche en que nos enfrascamos en tan desmesurada discusión -y algo machista también- sobre el filme Retrato de Teresa. Recuerdo que al salir de tu habitación de hospital volteé la cabeza y te miré. Te vi con cara de enfado amoroso, de diosa de incalculable muerte. Tu rostro era dominado por el azul de tus ojos, te miré y lo supe, nunca me contestarías a esa pregunta. Te vi por última vez y mis últimas palabras fueron "no tienes la razón". A pesar de tu inminente muerte supe quererte, supe dejar a un lado el dolor de tu mirada, tu vientre convulso y tus manos entubadas. Ignoré la necesidad de tu cuerpo de dejar de sufrir y te dije "no", y te dije te quiero. Y dejé un beso en tu mejilla derecha, y una caricia sobre tu pelo, y una lágrima en mi pecho. Y me fui aquella tarde sin pensar en tu adiós, en lo que cambiaría el mundo a partir de esa noche, de lo que cambiaría mi vida al dejar de estar tú en ella. Te dejé allí, quizás pensando en mí o en aquel hombre que te rompió el corazón al echarse al mar en busca de su libertad. Te dejé allí mientras te crecían las alas bajo las sábanas...Nunca he llegado a saber el momento en que florecen los abedules. Simplemente te dejé descansar en el trozo de tierra donde habíamos plantado, desde hacía varios años, aquel naranjo que compramos en el vivero del Vedado. Busqué entre mis cosas tu bufanda para los cortos inviernos, tu fotografía -sobreexpuesta- en el yate en que recorrimos la costa de nuestra isla. Busqué mis recuerdos y tu imagen acunada en el pequeño sillón de tu sala de estar, y el sol calentando nuestras manos, y tu sonrisa flotando entre nosotros, pero no pude traer tu voz. No la he podido sentir hasta el día de hoy, en que a pesar de seguir ignorando el momento en que florecen los abedules, sé que el naranjo bajo el que descansas me da jugosos frutos de felicidad, frutos que muerdo en otro cuerpo que amo, en otro cuerpo que vive a mi lado en un orgásmico recorrer del tiempo. Me tiembla la voz escrita de mis palabras. Se me escapan lágrimas sin nombres, sin deseos. Te acercas. Acomodas tu ya frágil cuerpo en la silla del otro lado de la mesa. Sonríes. Me señalas el camino y me dices anda, ahora sabes lo que es el amor... Y es cierto, ahora lo sé. Ahora sé que el amor habita al otro lado de la calle. (Para Virginia)

(Foto Darío Ramos, 1944-1988)

De soles y nieve... y ganas

Hay fiesta inesperada y sol en esta tarde de nieve en la ciudad. Me descalzo lentamente y camino hacia la terraza. Hay ciertos destellos que deslumbran mis ganas. Dejo al filo de la incertidumbre mis zapatillas y mi ilusión, y desnudo me atrevo a dejar que los incipientes copos se deshagan sobre mi cuerpo. Me quedo inmóvil, y estoy dispuesto a dejarme sepultar por la noche que se me viene encima. Entre ruidos naturales y celestes, recorro con mi mirada toda la enormidad de tu abrazo, y decido que es un sitio inmejorable tu pecho. Cierro las puertas de un solo golpe y voy en tu busca.

...


Despertaré a tu lado...
... cada vez que la suave brisa acaricie mi espalda, cada vez que pronuncies sílaba tras sílaba mi nombre, cada vez que la mañana decida poner fin a la madrugada. Despertaré a tu lado...

Carnaval de te quieros

Me cuesta el andar, paso tras paso, inundado de un olor ajeno a madreselvas muertas, recogido en un bar de miradas extraviadas y lenguas ávidas. Llanto de carnaval sin máscaras, de adioses dispersos, de manos lejanas y gritos perdidos. Llanto de tierna mirada y balbuceo ingenuo, de sonrisas desconocidas, abrazos, voces y cuerpos-colgados-de la última posibilidad. Me cuesta el andar hasta donde me reclaman tus orgasmos, pasos de lluvia temprana... y frío, de noche quieta, de ahogos y alcohol, y ruidos. Me corto los dedos para retener tu angustia y tus miedos, para quedarme en el preciso instante en que me dices te quiero, para quedarme en el preciso instante en que dejas caer tu mirada en mis ojos, para oler tu voz refugiada en mi silencio.

Inesperado. Dolor

Tristeza enmascarada, abrupta, arrancable.
Tristeza de cuentos infantiles y luciérnagas despavoridas, diosas de lo oscuro.
Tristeza a la espera del amanecer, y de las voces perdidas de te quieros.
Tristeza lejana, razón de olvidos y posibilidades, dolor de pasos que no han de llegar, de juegos rotos antes de tocar sus manos, de vientre vacío y caricias abandonadas.
Tristeza a la espera de la vida... que se va.
Inesperado.



(Foto de archivo)

Propuesta

Reconozco que en la medida que ustedes entran a mi blog la curiosidad se me hace más grande. Me considero un tipo de ojos ávidos y palabras repletas de intención, pero no por esto quiero salirme del disfrute que provoca el anonimato, y más a la hora de escribir. Quizás sea esta la razón de que sin conocerles me gustaría sentarme un poco más cerca de ustedes, de que sin tomarles las manos quiero hacerles sentir que no muy lejos hay alguien que también lee vuestras palabras. ¿Cómo lograr este acercamiento? No lo he pensado mucho, pero puede que si completamos cada frase de las que intentaré escribir más abajo, lograremos al menos saber más, y ya esto es importante. Yo me tiro al agua, y comienzo... ¿Y tú?. La noche en que sucedió lo más inesperado... aquella en que el azar y el sexo, me hicieron conocer a la persona que más habita mi abrazo.. Una imposibilidad... hacer algo que sé y que muchos esperan de mí.. La ilusión más olvidada... viajar tres meses por la China rural, la que está detenida en los años sesenta.. Un temor, de aquellos tan naturales como el despertar... sentir que el amor se deshace.. Una palabra que el pronunciarla te de placer... regreso.. Un destino importante... el camino.. Una región corporal... aunque algunos no lo crean, el vientre.. El lugar más apropiado para decir "no"... un callejón sin salidas.. Lo más pendiente que tienes en tu vida... vivirla, y ahora lo estoy haciendo.. Una cualidad ajena... la mirada limpia.. Una cualidad propia... saber ver y reconocer.. Algo que siempre te propones... no decir siempre la palabra oportuna.. Un elogio... te deseo.. Un sentimiento innecesario... la angustia.. Un sentimiento para compartir... el desgarro de la pasión.. Una palabra que nunca habías escrito... longina.. Tu próximo despertar... a su lado, simplemente.. La frase que repites inconscientemente... "de aquella manera".. Algo a confesar... he dudado en si debía colgar este texto o no, pero total, peores cosas he hecho en mi vida. A la espera de acercarme, al menos, un poco.

Decir te amo

El sobresalto de la muerte rompe la vida de las gentes. El sobresalto, y la injerencia en la vida, destrozan el futuro. Crueles las explosivas manos de algunos hombres que matan en vez de dar forma a una caricia sobre un cuerpo amado. O la palabra acaba, cuando podrían gritar comienzo, o gritar amor. No hay sol para calentar los fríos cuerpos, ni ruidos capaces de calmar el dolor del sonido de los teléfonos que nuevamente vuelven a no dejar escuchar una voz que diga hola, aquí estoy. Ahora voy a desnudarme para contemplar la vida que tengo en mi cuerpo, la vida que estoy dispuesto a defender de todas las maneras posibles, la vida que quiero compartir con la persona a la que nunca dudo en decir te amo.
Fábula Yoruba: Hubo un tiempo en que nadie moría,los viejos no cedían el mando y los jóvenes vivían asfixiados. Fue entonces que se desató el diluvio: el agua cubrió la tierra; los viejos, más débiles, no tuvieron fuerzas para subir a los árboles y se ahogaron. Los jóvenes salvaron sus vidasy tomaron el mando de la sociedad. El mundo cambió por fin.
No puedo dejar de pensar en que es una utopía el hecho de que las cosas cambien, pero confío en que también puedo equivocarme. Ojala sea así.

Vino turbio

Cuando abrí las puertas del patio vi que el silencio se había roto. Un hombre buscaba en su vida desaforadamente la forma de las cosas. Con su lengua cazaba mosquitos que engullía para los días de invierno, mientras su cuerpo al sol se perdía de azules. Junto a ese hombre, un saco deshecho habitaba el espacio, y yo, que pasaba justo por allí, preferí sentarme a su lado. Me ofreció el saco como alfombra, y dejó caer a sus pies un poco de recelo. Contó sus historias y parte de las mías, y con un hábil juego de manos, me impidió entrar en su piel. Miré a sus ojos de la más alternativa manera en que se suelen descubrir los deseos, o la risa, y no supe si aquel hombre era feliz al sentir diluviar sobre nuestros rostros. Yo hubiese reído de contrastes absolutos, y de certezas boquiabiertas, mas sólo me dejé llevar por mis pasos a cualquier rincón donde tendernos a los rayos de la luna. Mientras el reloj apuraba el tiempo, yo descubría su sonrisa despojada de accidentes y sentía cómo sus palabras me dejaban un paso más holgado por aquel patio de vecinos que llegaba a ser su pecho... Se abrían pasillos como brazos a mi lado, sus ramales brazos en los que tuve necesidad de descansar y de los que aún añoro el último te quiero. Recorrí el saco que me servía de alfombra con una mirada olvidada, vi algunos cacharros en su interior que podrían ser útiles a cualquiera. Entre ellos una manita articulada, de aquellas que se usan para decir adiós, pero que con dos o tres ajustes de sus oxidados tornillos también serviría para dar la bienvenida. Encontré, además, un objeto raro, desconocido, de aquellos que a veces calificamos como inservibles. No indagué mucho sobre él, aunque presentí que para algo podría ser utilizado a lo largo del camino. Quise invitarle a subir al cielo, pero me dijo que estaba cómodo en su sitio; le comprendí y supe por qué. Hasta ahora no he logrado recordar en qué parte del camino tropecé con la puerta que daba al patio en que encontré a Dador, que ese era su nombre, con su raído saco y su nube repleta de lluvias, pero quiero intentar descubrirlo hoy, inmerso en soledades. No me es suficiente con una noche –dije cuando me despojó de su abrazo- y sé que me escuchó a pesar de que sus ojos no me miraban. Luego, cansado, me recosté en las posibilidades y me dormí. Pero hoy vuelvo a buscarle en los lugares casi perfectos en los que las ganas se alegran y los cuerpos se cansan, con la misma sorpresa de cuando le hallé, y con unas enormes ganas de romper sobre nuestros cuerpos el vino turbio de los deseos. Se abre la madrugada, a duras penas, en la ciudad de Barcelona... yo me duermo largamente con visiones raras de ojos abiertos, y pienso en ti.

Ramifícome

Siento mis manos crecer. Me detengo en plena calle y recobro el aliento. Tengo reunidos en mi pecho los miedos de la no vida, del padecer, del cuerpo roto, de la noche en vela. Dejo el amor en las mejores manos que acarician mi cuerpo. Me vienen recuerdos de infancia a la mente, y un inacabable tren desfila por mis ilusiones. Me siento derramar de ganas y futuros, que despiertan amores salidos de mis ojos. Estoy en plena calle con el amor metido en mi pecho, con su última sonrisa dibujada ante mi mirada, y unas ganas enormes de sonreír. Me volvería tras mis pasos a cobijarme en su abrazo, a meterme en su vientre como si fuese el responsable de la maternidad de mis orgasmos. Toco el cielo que está al alcance de mis manos. Lo toco por la nueva vida, por la próxima lágrima, por el próximo rapa-nui que albergará un montón de ilusiones para todos. Grito las esperanzas y recibo el eco de su voz callada en respuesta de mi amor. Y le pido que alargue también su cuerpo, para que el mío quede para siempre lleno de nuestra vida. Me ramifico en colapsos de añoranza, en furtivos anhelos, en manos y llanto, en sueños y ternuras. Me crecen en el pecho palabras nuevas, delirios y biberones olvidados. Se me salen del cuerpo los pasos para el nuevo camino, para el camino que recorreremos sin titubear, entre silencios oportunos y juegos de amor, entre coloreadas voces y balbuceos de te quiero. (Para ti, y para esa nueva vida que nos llega inesperadamente)

Excuseme, but my name no es Rudy O`donell

Hace ya un tiempo que esta historia ocurrió, en la época en que amanecer boca abajo, tendido en una playa desierta, era tan apacible como común. Mi brazo derecho aún no había abandonado mi cuerpo en busca de lo desconocido de tu piel y mi corazón latía de aquella única manera de que era capaz, a intervalos inquietantes según decían todos. Me había levantado esa mañana con unos deseos enormes de codicia. Quería tu cuerpo, tus deseos, tus sueños, tu mirada. Y aún no lo sabía. Ansiaba todo lo que manase desesperadamente de tu vida, todo lo que surgiese de manera tan provocadora como tu sonrisa. Y aún no lo sabía. De momento, la vida se convirtió en una especie de sortilegio en el que uno de los dos saldría ganador, o los dos. Eso era inevitable, aunque no pretendieras dañar mi cuerpo ni mi centro acústico del amor, convertido en canciones sin prisas. Sería imposible, tus manos se abalanzarían sobre mí en cualquier momento para callar mi voz del otro lado de la calle, o mis descarados atisbos de tu intimidad. Yo esperaba. O los dos. En aquella época, el principio, estar a tu lado era como disfrutar de las antiguas caricias de un alegre amor de fin de semana. Las abiertas palabras convertidas en injurias de deseos eran oídas por los aburridos y estupefactos muros de mi casa mientras yo esperaba el amanecer, y con él, el sol de tus ojos. Todo esto ocurría en una época en que adivinar lo que vendría me hacía apurar el paso, a pesar de saber que el espacio estaba cerrado de alguna manera a tu alrededor, y que yo tendría que conquistarte si quería romper la matemática línea de la paralelidad y convertirla, y detenerla, en el punto de convergencia en que, absorto, el hombre contempla su camino. Me detuve y pude ver cómo se alejaba la imagen de un campo de maíz para dar paso a un inerte espacio de calma. Quedé conforme al descubrir que existían cosas que no desaparecerían. Me pregunté qué pasaba conmigo, con mi despavorida visión de la realidad, y supe que no te marcharías nunca de mi vida, que yo lo intentaría todo -desde el silencio de los gritos- para coincidir de vez en vez con tus pasos. Ahora el tiempo tiene huellas, y yo te adivino en las calles transitadas, y hasta he pensado alguna vez que necesitaré algún día mandarte a la mierda porque sé que te enviaría a la mierda más entrañable entre las mierdas. Ya ves, esto que tendría que ser un cuento tiene forma de hombres sin afeitar que caminan por aceras prohibidas. Ya sabes que te quiero. De aquella tan rara manera que se quieren a los escogidos para construir nuestra propia historia, para que en un capítulo de la vida-cuento que nos toca a cada uno se pueda escribir "... apareció una casi medianoche, colgado de mi estupor en un barrio de una ciudad, su abierto pecho de risueños pezones infantiles dijeron hola, y yo dibujé una sonrisa de inaudito asombro en mi rostro". Ahora puede que te preguntes que de qué va esto que escribo. Simple. De amistad, de amor, de saciable alegría, de ganas de decirlo incluso cuando lo sepas. De escribirlo para que quede, aunque sea en un abandonado cajón de escritorio, pero al menos confundido entre tus recuerdos. Y quiero tu silencio. No necesito respuestas ni certezas. Me basta con haberte hecho entrar en mi vida. No utilizamos cerrojos para nuestra amistad, aunque tampoco dejamos espacios exageradamente vacíos, mas parece que esta táctica que no tiene por qué ser estrategia, nos va dando resultados.

Encantamientos

Mírome, sin mayores expectativas, e intento recordar. Imágenes desnudas recorren los días, besos deshuesados y caricias, ronroneos abrumadores y espasmos, mordiscos que han cambiado la piedad por el amor. Suéñome, repleto de ansias, dejado de la mano de morfeo. Huellas repartidas durante un amanecer cualquiera, de esos en que descubrirte me hace feliz, en los que el simple calor de tu cuerpo me hace palidecer de deseos. Siéntome, a un paso de todos los abismos, y te quiero. Una brisa diezmada se cuela por el cuello de mi camisa, recorre mi pecho hasta mis axilas, me ata, me susurra al oído tu nombre, me propone en silencio tu amor, enmienda mis miedos, intermitentes orgasmos de mi vida. Entonces... ¿entonces? Créome un hombre de puños diestros e incorregibles, de canciones paridas y camino largo, de cruces de mar y serpientes dormidas, dócil de pasión y corrupto amante de tu sexo. (Para ti, que encantas las abejas que escaparon de Whistle Stop).

Tu rostro

Camino exhausto, casi desvalido. Mis tobillos se derraman sobre una calle repleta de gentes y voces. Me repliego sobre mis costados para verte de la misma rara manera en que te vi cuando era muy joven, aún niño, cuando rocé tu mano en aquel fugaz encuentro escolar mientras tú revolvías mi encrespado cabello de alumno ejemplar. Te miro ahora, cuando el paso de los años me ha dado otras realidades, cuando hasta has perdido la credulidad de los dioses, entre los que has estado para muchos. Te miro a tantos kilómetros de distancia de nuestro primer y único físico encuentro. Recuerdo tu mano rápida de pocas asperezas, el botón metálicamente militar que arañó mi brazo, tu estrellada boina a medio caer, y me pregunto simplemente a dónde hemos ido a parar. Tú, convertido en la imagen heroica de una gran época. Yo, en un hombre que ahora intenta ser un sosegado hombre feliz, que deja sus pasos al doblar de las esquinas, que ama con la dulzura de quien se sabe querido. Tú, en la leyenda del hombre corruptamente bueno y capaz. Yo, en la lujuria apagada y el beso errante. Te miro, colgado entre carteles, y te recuerdo Che, comandante, amigo... Como en los tiempos de cultivar café en aquel Cordón de La Habana, embuidos en las canciones de moda y en el fervor revolucionario. Te miro en ojos ajenos, con una sonrisa que alimenta el pasado, que lo hace regresar por un momento. Encontrarte en estas desconocidas y lejanas calles me hace sentir como en casa, sentado ante las imágenes de guerra y desolación que aparecen y transcurren en la pantalla del televisor, mientras me dejo caer en el abrazo de alguien que como tú, ha convertido su vida en una forma para llegar.

21 razones para morir de amor

Tu vientre repleto de sortilegios...la caricia de tus manos impávidas en las soledades...el desvelo de tus ojos prestos a vivir en mi mirada...tus pasos repetidos en la escalera...el sentirte tras de mí, con tus manos en mis bolsillos...el loco desenfreno de tus ganas...tus lágrimas deslizándose por mi rostro...el desacuerdo de tus palabras y las mías en algún medidodía caprichoso...el big big del interfono anunciando tu llegada...liberarte de tus ropas mientras canto para ti un bolero triste...tu pelo abandonado en mi frente...el olor de tu cuerpo reposado en mi lengua...la tierna complicidad de tus abrazos...tu simple palidecer ante mi orfandad de sonrisas...mi cuerpo lacerado de amor y deseos...los deseos de mi cuerpo por lacerar tu carne cálida...vivirte en los instantes menos esperados...olvidar el paso del tiempo, la lluvia y el resto de inclemencias del amor...la calma que te hace despertar a mi lado...tus huellas...el desgarro de mis ojos cuando me alejo de ti...

El regreso


Quizás me ha llegado el momento del regreso, o de la búsqueda. Sé que volveré a mi sitio y a mis cosas, como lo he hecho otras veces, pero si dependiera sólo de mí esta vez no lo haría. Lo sé. El amor, y otras razones, me conducen a regresar. Mas sé que una parte de mí quedará encerrada y muerta en los oscuros pasadizos de mi ignorancia, de mis temores. Sé que voy a morir en el intento de saber el por qué de las almas y los cuerpos. Voy a morir en palabras e imágenes, y espero traer conmigo algo nuevo. Lo que mis ojos robarán al silencio, lo dejaré al alcance de vuestras miradas. Beijing. Mi muerte, será una forma de regreso.

Callado

A menudo pienso en las imposibilidades, y hay muchas, quizás demasiadas. Mas dentro de unas horas me subiré a un avión rumbo a China, algo que quiero hacer desde hace muchos años. Alguna veces he viajado para escapar, pero esta vez no. No escapo, quizás me separo de mi propia vida para verla, para verme. Para intentar una nueva visión de lo que estoy viviendo, del amor que tengo entre mis manos, y del que disfruto como de las mejores cosas de mi vida. No puedo evitar sentir el miedo escolar de las distancias, de las llegadas, de la separación. Ese miedo que sentimos a menudo, y que no se puede dejar a un lado porque nos late en el propio pecho, y que es lo que a veces me hace así, desorientadamente adorable, irresistiblemente querido y dócilmente callado. Se acaban las opciones y faltan algunas camisas en mi maleta, pero puede que no las necesite, me llevo tu abrazo.

Gracias de felicidad

"No puedo vivir sin ti" ha dejado de ser una tópica y fantástica frase en mi vida, y sobre todo porque lo he oído de labios de alguien a quien amo. Seré prudente y no me pondré a dar saltos de regocijo y felicidad, ni a gritar por las calles de Barcelona que le quiero, y creo que esta prudencia tiene mucho que ver con la sorpresa de que me lo haya dicho en un momento que tanto necesitaba escucharlo."No puedo vivir sin ti" equivale a muchas cosas, al amor, a los sentimientos de amistad, al saber que puedes contar con alguien, a la mano que espera sostenerte en las caídas... no poder vivir sin ti va más allá, va a la necesidad de sacar a flote las palabras anidadas en nuestro pecho, va al querer amar a esa persona que ocupa nuestra vida y que la hace mejor y vivible..."No puedo vivir sin ti" es una muestra de amor y amistad, y sin dejar de ser una frase manida y literaria, es algo que todos deseamos escuchar, aunque nos haga luego abandonar el sueño en plena madrugada para sentarnos en el sofá a disfrutar de cada sílaba pronunciada a nuestro oído: no pue do vi vir sin ti. Gracias.

La caja contenedora

La mayoría de las veces no hay más razones que las establecidas por nosotros mismos, o aceptadas, que al caso da igual. Inmersos en esta vorágine descompensada que es la vida, nos mantenemos en un semiconstante desasosiego repleto de banales expectativas, de infructíferos desmanes, de elocuentes charlas desvanecedoras, de algunos buenos ratos y de la poca o suficiente felicidad que seamos capaces de conquistar, porque la felicidad nunca será bastante. Esta caja contenedora que nos proporciona las normas con las que debemos existir se ha olvidado de algunos detalles. Uno de ellos es evitar el sobresalto que nos reserva para las ocasiones cruciales. Este sobresalto, invasión en alma y cuerpo, no tiene acotaciones ni marginalidades. Ataca a quien tiene y a quien carece, y mucho más a los que pretenden un poco de dignidad. Es tan bonito decir que el amor que disfrutas no es comparable a nada en el mundo, que no hacen falta riquezas porque estas no son sinónimos de felicidad, y es cierto, sólo que no hay que olvidar otra frase de contrapartida extrema que reza que los ricos también lloran, y ya puestos podíamos llorar todos de igual manera. Y ahora me pregunto por qué le doy vueltas a este tema que de tan especulado se transforma en cotidiano. Simplemente porque pretendo algo más. Quiero hacer un alto en la caja contenedora de nuestra vida, en la que cada cual se beneficia de su trabajo y de sus poderes, me explico. Si vendes hojas DINA 4 tus palabras serán más económicas, sólo que dicha economía no será suficiente para pagar la elevada renta de tu caja contenedora. Por el contrario, el que se gana la vida con dicha caja, salva unos márgenes que le permiten hasta tirar de dos en dos y a medio usar tus hojas DINA 4, y esto para mí es tan injusto como morirse de hambre en el tercer mundo o en el primero, tan desbalanceado como la incongruente leche enriquecida, y tan humillante como el precio de algunos goles. Cuando me miro por dentro, sentado en mi comodidad absoluta de tardes inacabadas, sé que no practico la explotación del hombre por el hombre, porque esto es algo que nunca aprendí a hacer. No vendo hojas de papel, ni tan siquiera de papel reciclado, ni meto goles, ni fabrico leche ni cajas contenedoras para alquilar o vender, pero la realidad y la misma vida me hace tener necesidades vitales, y entre ellas está la de tener una caja contenedora donde vivir, y no solo eso, necesitarla para el beso extraviado y el sexo más puro, para la felicidad y para las ganas de sonreír en privado, para volverme loco de pasión y que nadie se sienta ofendido por estas, mis posibilidades. La caja contenedora a veces es un lujo exagerado de algunos, mas para otros es una simple imposición de la naturaleza y de las mentes ajenas, y es entonces cuando comienza la insensatez de las paredes, que se estrechan hasta hacerte presentir la asfixia de tus ojos y de tu voz. Y no hay quien se ocupe de ello. Ni a quien le corresponde ni a quien lo sufre. A uno porque tiene asegurada la soberbia en su espacio, y al otro porque le está prohibido vivir la desnudez de la mirada y deshacerse del milenario dolor en el costado, y de la angustia.Es una lástima que no exista la posibilidad de echar todo por la borda, de dejar el lastre a los que se erigen sobre él. Es una verdadera pena no poder levantar el vuelo y vivir en los tejados más altos, casi teniendo por vecino al sol. Porque si le facilitamos nuestro lastre a aquel que cultiva y vive de las miserias ajenas, entonces la humanidad –nosotros mismos- nos comenzará a ver desde poco aparentes e inapropiados hasta antisociales desplazados e inevitables, lo cual nos obliga a defender desesperadamente nuestra caja contenedora.Una vez tuve un sueño de igualdades y amor, de sinceridad y afán, y de solidario deseo de convivir, pero a estas alturas de la vida, contenido aún por las pocas paredes de mi caja, veo que ese sueño se ha convertido en una decadente razón para insistir en que la vida es esto que estamos viviendo. Barcelona, 30 de septiembre de 2004

A media noche


16 de julio de 2003 Por partida triple... Me enamoré de ti a medianoche, cuando te descubrí en aquella esquina para sorprender mis deseos, y tus ojos jugaban con mi risa, y tus pasos se unían a los míos. Me enamoré de ti muy temprano en la mañana, cuando al despertar con la vejiga repleta de ganas te descubrí a mi lado. Tu cuerpo sobresalía de las sábanas, desnudo, implorante de caricias, joven, tierno, viril, despreocupado, y no pude evitar besar tu pecho antes de salir corriendo al otro extremo de la casa. A mi regreso, el abrazo y mis palabras poseyeron tu silencio. Me enamoré de ti al verte delante mío, con el pelo húmedo y la mirada quieta, mientras te ayudaba a abotonar la camisa que tú habías escogido. Luego te vi salir al mundo rodeado de mi abrazo... y fui feliz.

El espacio

Y quiero vaciar el espacio que a mi alrededor desvela mi cuerpo...

Sinrazones

Busco razones, entre todos los soles que amanecen.
Busco soles, entre todas las razones que me ciegan.
Busco anhelos, entre todas las caricias que dejas en mi cuerpo.
Busco caricias, entre todos los anhelos que viven en mi cuerpo.

Mutilado de amor

Entre pecho y voces, y quejidos, y dolores, existo.
Veo todas las razones para permanecer, y amar,
y aunque mutiladas de amor se desmayan las caricias,
la vida vale la pena.

Me llegas y no estoy

Es curiosa la manera en que me llegas desde lejos, metido en el cielo que nos deja ver las mismas estrellas y las mismas ilusiones. Estoy ante tus ojos, con la posibilidad de tu voz perdida en el espacio por la simple osadía de estar entre las cosas repartidas, entre los desechos de la tarde y el tiempo que no transcurre si tú no estás. Se me rompen las cicatrices del amor porque tengo tus olores muy metidos en mi cuerpo, en el recuerdo, y quiero que pronuncies mi nombre muy quieto, a mi lado, en las canciones y en el abrazo. Anhelo la prontitud de la vida y el deseo. Te amo entre soledades y solitudes, entre sueños y sonrisa, entre tus ojos y mis ganas, entre mis palabras y tu voz. Es el cansancio de mis manos, y en el dolor de mis pasos buscando tu camino. Se me parte la mirada en cada amanecer en que estás lejos y me siento huérfano de pecho. Te quiero sin voz y sin tiempo, desde que aquella canción que recorrió tu vientre se dejó escuchar en nuestra primera noche. Estoy sentado en este lado de la calle, esperando ver aparecer tu rostro, y tu voz...

Desasosiego de palabras

Con mis palabras voy a construir castillos, escondites efímeros de amplios ventanales por los que el sol entre con la única intención de cabalgar sobre nuestras espaldas. Y cuando se llenen los sinuosos recovecos en que nos habitan los deseos, echaré fuera los verbos disonantes y los prefijos que sólo estimulan a la muerte lenta de las lenguas. Nos quedaremos solos los gerundios rebozantes y los infinitivos turbios, las vocales sueltas que viven entre soledades hambrientas y noches rotas, los gritos de amor y unos cuantos adverbios para los momentos difíciles. Con tus palabras voy a construir abrazos, letanías amorosas y canciones que se perderán en el tiempo, para que las orquídeas dueñas de los árboles sean la única melodía de los amaneceres en que tú desgranes mi alegría contagiada de adioses. Y cuando tus palabras sean las más breves pronunciadas en susurros abiertos, estaré yo de pie a tu lado, de la única manera que saben estar los hombres madera, convertidos en estacas de flores rojas. Estaremos rodeados de frases insinuantes, de garbeos y renuncias, entre balbuceos de viejas razones enfermizas.Con las palabras de los otros voy a construir la vida que quiero inventar para los gemidos, para las piernas abiertas en las bocas, para las especulaciones de los ojos cuando surcan el espacio sin decir a penas nada. Y cuando estemos cara a cara con los discursos que se desnudan para ser oídos, que se devuelven en caricias para que los ruidos se conviertan en simples chasquidos de artríticos dedos. Entonces inventaré la única palabra que quiero que pronuncies cuando yo no esté.

II

A veces decir te quiero puede dar miedo. Esto es algo que siempre escuché decir a algunas personas que venían de retirada cuando yo anhelaba simplemente amar y decir te quiero a alguien. Decir te quiero es peligroso... ¿y callarlo? ¿qué puede siginficar callar un sentimiento? ¿Cuál de tan efímeras oportunidades debemos dejar pasar para que el sussurro de estas palabras, en el oído de quien amamos, cause el efecto del verdadero sentimiento? Es necesario desterrar los miedos para sentir el amor, esa mezcla inaudita de deseo con admiración, esa forma de temer la soledad, el cansancio, el anhelo. Te quiero. Dije desde la primera vez. Y el silencio formó a nuestro alrededor una empalizada para que nadie escuchase. Te diste la vuelta y de un salto caíste del otro lado, pero esto no siginficó morir de recuerdos y jadeos. Simplemente saltaste para volver a recorrer más tarde el camino hasta mi casa, hasta mis ojos, hasta mis manos. Y yo he pasado todo este tiempo sintiendo miedo cuando te vas con pasos inseguros o cuando cierras los ojos para no verme, porque eso puede convertirse en desamor. He sentido y siento miedo de perderte, porque para mí eres la posibilidad de amar el viento, de amar las cosas, las mañanas y la luna. Siento miedo cuando me desvela tu intranquilidad y cuándo te sé desvanecido sobre el duro suelo de la tristeza. Sólo que no puedo aprender a no decir te quiero, es demasiado sencillo para que forme parte de mi vida, aunque puedo hablar con el viento, y que una ligera brisa arrastre las palabras que pronunciaré a pesar de todas las razones.

I

A veces decir te quiero suena a frase hecha, a repetión literariamente emocional para agasajar a la persona con quien compartes algo, que puede ser -por ejemplo- la vida. Y resulta, que a pesar de este riesgo intrínseco, es maravilloso decir a esa persona, a ese alguien, te quiero. Sonrío ahora ante el recuerdo de algo tan manido como las frases hechas: "cierra tus ojos y dime de qué color son los míos". Este tipo de exámenes para constatar si de verdad sabes cómo soy, por suerte, han pasado de moda, aunque quizás entre los más jóvenes aún se conserve alguno como reminicescia de las pruebas de amor. Sin embargo, cerrar los ojos y sentir cómo mira la persona que quieres, sentir cómo se mueve a tu alrededor, oler cómo deja en tu cuerpo sus ganas, eso, jamás podrá ser descubierto si no no existe ese sentimiento que desde siempre se llama amar. Es entonces cuando debemos retomar todas las ilusiones, y simplemente, con una llamada de teléfono, un simple y corto mensaje, o una cariñosa sacudida de hombro, decir te quiero. Yo lo hago, y la satisfacción se me sale de dentro, y me hace ser feliz decirlo una vez más, poder decirlo. Esto es lo más importante: tener una razón al menos para saber que amas. De todas formas, y por si acaso, los ojos que amo son del color de la ternura, de ese tono tan suave que sonroja a las montañas y abre los caminos. Decir te quiero es lo más bonito del mundo.