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jueves, febrero 03, 2011

Oxigenado corazón

Y allí estabas tú, con tu corte de pelo más que moderno y oxigenado, con tu piercing en algún sitio de la cara y con tus seguramente ocultos tatuajes, mirándome de aquella rara manera con la que se desvela una atracción inesperada. Con tus enormes cascos llenando de música tus ojos, con tu gran bolsa imitación de Prada y con un tintineo gracioso en tus rodillas. Yo no podía dejar de contemplarte, y entonces tú, en un acto de bondad inesperada sonreíste, y yo, adiviné tu intención de ofrecerme el asiento. Esto bastó para que mis ojos escaparan de los tuyos, para que emprendiese una loca carrera al recuerdo con mis cansadas piernas, a darme cuenta que nunca me oxigené el pelo, ni tatué mi cuerpo, ni usé cascos porque me agobiaban y que los bolsos siempre me habían gustado. De pronto, el silbido del tren avisó mi parada, y de pronto me di cuenta que era nuestra parada. Cada cual en su puerta de salida, cada cual con sus motivos. Salimos casi al unísono, pero tú comenzaste a subir las escaleras a saltos, en un alarde de juvenil desenfado. Yo esperé la corta cola que hacía el resto de los viajantes en la escalera mecánica. ¿Para qué tener prisas?, pensé mientras te veía subir y recordaba que hace ya algunos años también subía a saltos las escalinatas de la universidad. Miré cómo te alejabas sin mirar atrás, sin darte cuenta de que yo no iba a seguirte, y entonces caí en cuenta que aún soy capaz de alargar los pasos y saltar cuando vale la pena, sobre todo si es para seguir encaramado en la vida.

Barcelona, 3 de feb. De 2011

1 comentario:

Elaine Cojimar dijo...

Muy bueno, Guillermo.