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miércoles, septiembre 10, 2014

¿Y ahora qué?

Un día de hace casi 40 años, yendo de camino a casa en Cojímar, justo entre las casas de "Alicia la del comité" y de "Mariíta la de comité" (eran madre e hija), se me ocurrió la idea de escoger, y escogí. Se trataba de mi vida y de las cosas y la gente que le rodeaban, y escogí. Me decidí por mí. Esto significa que a partir de ese momento yo sería mi primer propósito en la vida, ¿y después? lo que viniese.
Atrás quedó el querer descubrir la cura del cáncer, junto a otras ideas más o menos locas, y un montón de enamoramientos de preadolescente. Comencé entonces a facturar cada razón, cada causa, cada anhelo, cada sexo, cada caricia, cada ilusión...

Todo esto hizo que me convirtiese en alguien agradablemente insoportable que ha ido acumulando amigos y amigas a lo largo y ancho de su vida. La mayoría de estas amistades continúan estando al alcance de mi recuerdo, aunque en muchos casos no puedo estirar la mano y tocarlas.
¡Me he enamorado de tanta gente! Y digo esto con cierta nostalgia porque muchos no lo supieron... Una lista oficial sería muy extensa y variada: Jorge O., Ileana, Leo, Rey, Ana María, otra Ileana, quizás Loly, quizás María Elena M., José Luis Z., Manuel, seguro Rafael, Estela, y puede que Marlene, en fin... Un mundo de caricias distintas, de besos deseados, de preferencias aleatorias, de dudas pasajeras. Todo fue salvable, o casi todo, gracias a que ya me había decidido por mí.
¿La vida? ¿Mi vida? Quizás satisfactoria. Volcada en huellas, como una roca de mar en la Gran Muralla China, que seguro alguien adivinó por tan extraño lugar para yacer. Y quizás en muchas otras cosas.
Cuando se me ocurrió escribir una novela (que por suerte pude acabar), la visión generalizada de mis deseos se convirtió en una sencilla red de personajes entre los que compartí mi vida. Les regalé momentos, los mejores, los de ansiedad, los de miedos. caminé con precaución entre sus cuerpos y puse en cada uno mis palabras y mi memoria.
He sobrevivido también a un montón de desamores y a un montón de gente que llegaron a mí para quedar por siempre. Conocí el amor dividido en décadas, e incluso lo he multiplicado. A los 25 años amaba y era feliz, a los 50 amaba y era feliz. Hoy amo y me aferro a la felicidad.
Quizás yo haya muerto ya un poco, y de ahí esta sensación de cansancio que hace me aferre, y que albergo en algunos de mis pasos.
El caso es que ahora, a tantos años de haberme escogido, no sé qué hacer conmigo. La cosa es así de simple.

Barcelona, 9 de septiembre de 2014

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