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viernes, marzo 25, 2011

La Isla de los Pelícanos




(Indudablemente hay pelícanos que a veces sustituyen a los ángeles)


Cuenta la leyenda que en esta isla, la Isla de los Pelícanos, hace mucho, mucho tiempo, en la época de piratas y corsarios...

Transcurría el año 1910 y el famoso arqueólogo Roger Dubois, en una visita a la Isla de los Pelícanos, en las cercanías costeras del Pacífico y próxima a la población indígena de Mazatlán, localizó un posible cementerio, pues al atardecer pudo apreciar el característico fuego fatuo que se eleva sobre las tumbas.

Al practicar algunas excavaciones, y cuando la monotonía comenzaba a hacerles desistir, dos de su auxiliares golpearon - a la vez - una superficie dura. Esta casualidad no cobró mayor importancia hasta un buen rato después, en el cual quedaron sorprendidos de que ambos habían dado con un mismo ataúd.

Cuenta  la leyenda que en esta isla desembarcaba sus riquezas el Almirante Fernando Arbizu de Mosquera, que luego de abandonar a su esposa en la noche de bodas y de dar muerte a los dos hermanos de ella que intentaron impedir su huida, no tuvo otra opción que convertirse en el terrible y ansiado Corsario de Arbizu.

Durante unas de  sus de miles batallas hizo prisionero a un notable pirata de aquel entonces, el capitán Germán Palenzuela, a quien sus hazañas de conquistador que nunca privaba de la vida a sus prisioneros, le habían hecho más que conocido. Su renombrada reputación de hombre solitario y romántico, había provocado ciertos rumores entre sus hombres, pero su valentía y arrojo los había disipado, siendo para todos el Pirata Consolación.

En aquella batalla, e insisto que es muy reconocida en todo el Pacífico, en que el Corsario de Arbizu hizo prisionero al Pirata Consolación, a causa del fuego cruzado entre los barcos, las respectivas tripulaciones quedaron reducidas a cinco marineros. Luego de hundido el velero Marina, se dirigieron todos a la Isla de los Pelícanos, que en esa época era conocida como la Isla del Diamante.

Una vez allí y después de curar sus heridas, los dos aventurados piratas comenzaron a contarse sus proezas, dichas y desdichas, hasta quedar presos de sus soledades. Transcurría un atardecer en el que la brisa traía los cánticos de los indios que en la costa invocaban al Dios de la lluvia.

El Corsario de Arbizu se contemplaba en los cálidos ojos del Pirata Consolación, que húmedos por la  fiebre se confundían con dos pozos de agua  termales. Arbizu intentó sumergirse en ellos y el fuego del cuerpo de Consolación le quemó el pecho. El abrazo fue inevitable, y en el justo momento en que sus torsos repletos de batallas y cicatrices se fundían, el leal oficial de a bordo del Almirante Fernando se abalanzó sobre Consolación para evitar que este -a su parecer- agrediese a su respetado capitán. Un grito sordo flotó en el quieto aire sobre los sangrantes cuerpos, y un apasionado asombro quedó para siempre en el rostro de Arbizu. 

En la arena, entre guijarros y algas, consternado, el leal oficial de abordo lamentaba su error. Mientras, el Almirante Fernando Arbizu de Mosquera, ordenaba construir un gran ataúd para su querido adversario.

Al desenterrar el ya deshecho cajón, los arqueólogos quedaron atónitos ante tal  amalgama ósea, y maravillados al reconocer sendos blasones de oro que rodeaban a cada una de las estructuras torácicas. Era indudable. Estaban ante la tumba de los capitanes de Arbizu y Consolación.

Cuenta la leyenda que aquella tarde Arbizu, luego de comprobar la solidez del ataúd, se hizo enterrar vivo junto a su amado corsario. Era tan grande el estupor de los marinos ante lo que ocurría, que el silencio cayó sobre ellos, y toda la isla quedó cubierta por cientos de pelícanos.

El último grito de dolor del Almirante Fernando Arbizu de Mosquera hizo que los pelícanos  desalaran el agua de mar en sus bolsas y al sobrevolar la costa, la dejasen caer en forma de lluvia. Los indios agradecieron a su Dios por aliviarles de la sequía, sin saber que la lluvia que haría crecer sus cultivos era simplemente el llanto de corsarios y piratas.

Cuenta la leyenda, cuenta, que esto ocurrió, simplemente y hace muchos años, en la Isla de los Pelícanos.

(Libro de viaje de William Towers, 1999) 

1 comentario:

Gisela dijo...

Bello relato. Como dice el Principito: "Lo verdadermanete bello no se ve" y yo agrego: "y es inexplicable para los que no tienen la valentía de asumirse". Dichosos los capaces de reconocer sus sentimientos y vivirlos a plenitud. ¡Cuánta infelicidad nos han programado en el disco duro!