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martes, enero 04, 2011

Sílabas calladas

En mi adolescencia nunca llegué a pronunciar su nombre. Entre lo desconocido y lo subversivo se quedaba cada sílaba, y no quería arriesgarme al dedo que señala por una mala actriz. Así transcurrió el tiempo de miradas sugestivas, provocadores pechos e insinuantes caderas. Sus pantalones a mitad de pierna y sus camisas anudadas en la marcada redondez abdominal de su cuerpo me hacían revivir los álbumes de fotos familiares, pero yo continuaba sin pronunciar su nombre. Pero bastó aquella noche en que sonó el teléfono, y su voz –que me resultó altisonante a causa de la distancia- pronunció un nombre desconocido para mí, para que permaneciese durante cinco minutos y medio sin habla y a la espera de las prohibiciones. Contesté simplemente que era un número equivocado, que estaba comunicando con una casa de simples trabajadores revolucionarios, que debería marcar el número correctamente. Ella continuó con algunas frases que Merceditas, la profesora de inglés, no me había enseñado en los inagotables mediodías de masarreales y limonada, y que yo intentaba comprender. Todo fue en vano. Tras varios intentos supongo que ella desistió de establecer una nueva comunicación, ante lo cual me sentí absurdamente estúpido. Fue entonces que comenzó para mí  un verdadero calvario: conseguir comunicar con el número internacional marcando una vez el cero, y dejándolo retenido una segunda vez, por si acaso al dejar que el disco terminase su vuelta, alguien al otro lado del aparato me decía “… internacional, un momento por favor”. Un día tras otro, y otro más, y otro, y semanas de doce días, y meses de otoños precavidos… y nada. Yo había decidido pronunciar su nombre… ¡a buena hora carajo!
Recuerdo que una madrugada, pasado quizás un año, me desperté con un inesperado entusiasmo. Me dirigí al teléfono del salón, marqué el cero cero y le pedí amablemente a la operadora me pasase con el número que tenía anotado en el borde de una manoseada edición del  periódico Granma. Con mucho gusto, me contestó la voz internacional. Transcurridos unos segundos me alertó. El número marcado no corresponde a ningún abonado. ¿Quiere que le pase con otro número para que aproveche la oportunidad de hablar con el extranjero? Ante tal amabilidad me quedé asombrado, y sólo atiné a darle las gracias y preguntarle su nombre. Bueno, no es que yo no quiera, pero no nos permiten identificarnos con los usuarios. Insistí. Incluso le dije que si quería me mantenía en línea para que ella avisara a algún amigo suyo y que aprovechara la llamada. Me miró fijo, o al menos eso pensé yo que hacía, y me dijo: no te preocupes que ya lo tengo en línea desde hace un rato… Luego se mantuvo en silencio durante unos segundos. Su voz volvió a escucharse con el tono más distante posible. Su tiempo de espera ha terminado, le ha atendido Marilyn… Entonces yo, en un último y casi desesperado intento pronuncié su nombre: Marilyn no jodas chica, márcame de nuevo.

(Foto de archivo)

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