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viernes, diciembre 31, 2010

La piedra semipreciosa

A la temprana edad de tres años, mientras hurgaba entre las rendijas de un muro de piedras semipreciosas, descubrió lo que pudo llegar a ser con los años el leitmotiv de sus consideraciones y su verdadera  existencia, y esto ocurrió exactamente cuando una de las piedras de la parte alta de aquel muro le cayó en la cabeza dejándole aturdido durante breves segundos. Al sentir la rotundez del golpe sobre su recién cortado cabello, miró hacia arriba buscando, como hacía siempre, una justificación para lo ocurrido, o un culpable.  Miró y no encontró nada ni a nadie. Repasó su frente sudorosa con el ansia de limpiarse lo que había aprendido unos días atrás que brotaba del cuerpo cuando uno se hacía daño, pero fue en vano. Decidió mirar al suelo, y claro, encontró cerca de su pie derecho lo que le había causado tal estremecimiento: una simple piedra de forma injustificada y con restos brillantes en su negruzca intimidad. La alzó con algo de trabajo y se fue hasta el jardín de su casa donde dejó tal tesoro a buen recaudo.
Aquel muro de piedras semipreciosas dividía la casa del borracho (antes de pertenecerle) de la casa de Sara, la de la esquina, la mujer del militar, aquella que con los años sí que se golpeó varias veces la cabeza y  se volvió como loca; porque parece que las piedras que le tocaron no tenían restos de brillantes y por eso le hacían daño. Pues eso, que dividía aquellas dos casas y se convertía en un buen lugar para dejar pasar el tiempo. Justo al caerle la piedra en la cabeza, y después de estar aturdido unos instantes, y de mirar hacia arriba en busca de algo o alguien, se dio la vuelta y su vista chocó con un ramillete de campanillas lilas que crecían silvestres en el jardín. Luego tropezó, cuando cargaba la piedra hasta su casa, con unas desconocidas flores amarillas, y durante el resto del camino no pudo evitar vacilar ante cada imagen que encontraba.
Con el paso del tiempo fue creciendo, como casi todos, y estuvo al tanto de evitar que otras piedras cayesen en su cabeza, y siguió cuidando las campanillas lilas y las flores amarillas del jardín de sus vecinos. Golpearse la cabeza te deja un sabor amargo de derrota, pero a la vez te regala la certeza de que hay cosas que caen desde lo alto, y si no estás al tanto, te pueden caer encima. Hay que ver lo que se llega a escribir luego de venirte a la mente que a la edad de tres años una piedra semipreciosa te golpeó la cabeza, tan fuerte, que ni tan siquiera te hizo sangrar. A veces despierto sorprendió por algo y busco, entre mi pelo recién cortado, un manantial para mi vida.

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