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lunes, septiembre 13, 2010

Colgado

Y miro a tus ojos fijamente, como cada vez que regreso. Estás colgado en el mismo lugar desde hace quizás un par de años. Colgado a la altura de mis ojos, desesperado. Custodio. Paso a tu lado cada momento, cada vez que la sed me hace atravesar el pasillo, largo, ambiguo, poco iluminado, donde tu imagen se confunde con los rostros pictóricos y enmarcados de regalos -a veces- sinceros. Paso a tu lado y casi siempre me detengo. Intento comprender, al menos, una razón para dejarte en el olvido, para desprenderme de los años, del adiós, de la muerte.
Me deterioro con tanto ir y venir. Me duelen los deseos y el brillo en tu mirada quieta. Sigo de largo en busca de un café, o de la simple justificación que me hará dejarte un guiño en el olvido. Regreso. Reconozco tu voz. No hay olores ni risas que imposibiliten oírte. Machacas el silencio con los chasquidos de tu lengua, con la verborrea insonora, con la mirada tierna, con tus ligeros pasos. Vuelo. Desespero. Añoro. Parece que mirarte es la única razón para estar vivo. Continuo.
Dejo mis pasos atrás. Divido el largo pasillo en mitades angustiosas, en veranos lejanos, en castillos de arena, en ruegos y abrazos vaciados.
Desaparezco entre el principio y el fin de tu mirada, colgada como siempre a la altura de mis ojos.

("...en la siesta, el gladiador amanece palmera." José Lezama Lima)

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