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sábado, septiembre 25, 2010

Habana sin ti

 
 
 
 
Habana con rostros y miradas.

Habana con sol y dudas, con vida y muerte.
Habana con desvelos y risas, con amigos y olvidos.
Habana con regresos y añoranzas. Habana sin ti.



(Extrañarte me regresa a tus brazos)

viernes, septiembre 24, 2010

La canción de Biedma

Siempre supuse que Felipe y Jaime eran amantes, incluso cuando ellos no me lo dijeron. Por separado constituían un amasijo de buenas e intencionadas alegorías a la vida y al derroche de energía, vivían sumergidos en un mundo de amenazantes verbos y discordantes ideas, en un mundo repleto de amantes inconclusos y de sueños rotos.


Cada tarde íbamos en busca del reencuentro, sin saber muy bien qué buscar. Ellos partían en trozos irrecuperables sus pasos ignorando –quizás un poco- la necesidad de regresar. Yo seguía con la mirada quieta de los incautos cada gesto, cada intención, cada desespero de sus voces. Recorríamos uno tras otro las estrechas calles contiguas a la Plaza Real. Ellos ignoraban los charcos pestilentes, y yo, temeroso de arrastrar el hedor que flotaba entre las paredes de puertas entreabiertas, daba saltos inquietantes y desmesurados.

Nos mirábamos desde la distancia. El recorrido insalvable del diálogo hacía que acercáramos nuestras ansias en busca de saber más uno del otro, y yo de ellos. Con uno el silencio perseverante y la duda, con otro, el a veces desaliñado cabello sobre la nuca. No permitíamos confusiones ni duplicidades. Entre palabras e imágenes me deslizaba yo al final de cada encuentro, y el roce de una mano inquieta me hacía saber que era hora de marchar.

Aún oigo en mis recuerdos la voz de Felipe, alegre, sugerente, de refinamiento casual. A Jaime lo escucho, didácticamente elegante, seguro de sus sílabas y con el inevitable aire de quietud armoniosa. Amantes en ilusiones y miedos, amantes en verbos y fotografías, amantes en atardeceres y en el agotamiento. Uno de superficie altiva, otro de soterrados anhelos, y yo, como el recién llegado que se sienta al margen de los hechos, en la esquina más alejada de la mesa, a la espera de que alguien pronuncie su nombre.

(Cartel Juegos Centroamericanos, archivo)

lunes, septiembre 13, 2010

Colgado

Y miro a tus ojos fijamente, como cada vez que regreso. Estás colgado en el mismo lugar desde hace quizás un par de años. Colgado a la altura de mis ojos, desesperado. Custodio. Paso a tu lado cada momento, cada vez que la sed me hace atravesar el pasillo, largo, ambiguo, poco iluminado, donde tu imagen se confunde con los rostros pictóricos y enmarcados de regalos -a veces- sinceros. Paso a tu lado y casi siempre me detengo. Intento comprender, al menos, una razón para dejarte en el olvido, para desprenderme de los años, del adiós, de la muerte.
Me deterioro con tanto ir y venir. Me duelen los deseos y el brillo en tu mirada quieta. Sigo de largo en busca de un café, o de la simple justificación que me hará dejarte un guiño en el olvido. Regreso. Reconozco tu voz. No hay olores ni risas que imposibiliten oírte. Machacas el silencio con los chasquidos de tu lengua, con la verborrea insonora, con la mirada tierna, con tus ligeros pasos. Vuelo. Desespero. Añoro. Parece que mirarte es la única razón para estar vivo. Continuo.
Dejo mis pasos atrás. Divido el largo pasillo en mitades angustiosas, en veranos lejanos, en castillos de arena, en ruegos y abrazos vaciados.
Desaparezco entre el principio y el fin de tu mirada, colgada como siempre a la altura de mis ojos.

("...en la siesta, el gladiador amanece palmera." José Lezama Lima)